Bastaba una mirada, para saber que se desencadenarían torbellinos de pasiones que habían estado presos por mucho tiempo. Entre los
oficios del día a día, dejar de pensarse era algo imposible, la mente
traicionera a cada instante hacía se recordasen, un olor, un paisaje, una
bebida, un lugar, momentos vividos juntos, como nunca antes alguien lo habría
pensado.
Clandestino es su amor, a ratos de libertad, pero prófugos
a la realidad que los separaba, ellos hacían la suya para vivir ese amor tan
condenado.
Un roce de su piel, leve, sutil y caía en sus
provocaciones, una media sonrisa, que evocaba al más ferviente deseo, “ven” le
decía con la mirada, y ella solo demoraba el momento, dado que lo ansiaba tanto
o más que él.
Son juegos, simple juegos que presagian una noche
única, momento inigualable, solo superable por otro categorizado de la misma
emoción. Testigos, solo ellos dos, jueces y verdugos no importan ya, es mejor
arriesgar al vivir con las ganas de saber…
Y en ese encuentro tan casual, tan buscado y
encontrado, se admiraban tiernamente cuál si fuese la primera vez, estaban ahí,
quietos los dos, con la respiración acelerada de a ratos, conteniendo todo el
furor, para desatarlo en el mejor momento, no hay necesidad de palabras, sus
manos conocen bien el cuerpo del otro, saben donde oprimir para más, más, más
placer. Se sumergen en esa emoción que
solo la complicidad suele dar, él adora apretar el cabello de ella, mientras le
besa su cuello dócil ante tal expresión de pasión.
Ella mientras, apreta con
ahínco su espalda firme y robusta cuál roble firme que ha pasado tempestades y
sobrevivido para contarlo, se estremecían, deliraban, cuerpos en una llamarada de pasión. Aún no, espera,
espera, parece decirle ella a él con su mirada, y él la conoce bien, sabe la
espera valdrá la pena, valdrá la dicha, valdrá el tiempo del cuál no tienen noción.
Al final ¿Qué importa la hora? Sí, todo se reduce a ese momento, donde la piel
traduce el lenguaje del amor.-